Las moradas de santa Teresa
Diana Galindo Barajas
Santa Teresa nació en 1515. Durante su adolescencia pasó gran parte de sus días leyendo literatura caballeresca al igual que don Quijote. Estos dos personajes tenían un cierto grado de locura. Pero decir que alguien está loco implica una clasificación que los separa y que probablemente podría resultar injuriosa para aquellos a los que se los pone ese mote. Implica un riesgo, pero por otro lado ser tachado de loco es algo que se propone deseable en la modernidad. Muchos quieren llamar la atención, ser diferentes, aparentar una completa libertad con respecto a los valores tradiciones. Si consideramos este giro, ser loco sería tratar de regresar a los valores tradicionales que se están perdiendo y, a los cuales muchos rechazan porque ahora ser una persona justa es semejante a ser aburrido, o tener unos valores los cuales no son vigentes. El problema entonces, sería el de la libertad. Cuando se está loco se está cerca de la libertad, la posibilidad de ser profano para tu comunidad siempre es muy alta.
La vida de santa Teresa nos deja ver a una persona que en un principio estaba preocupada por las cosas del mundo, es decir, fuera de sí, hasta que regresa a su interior para luego volver a salir de sí misma; es decir tener experiencias de éxtasis y de iluminación.
Esas experiencias le permitieron ver su interior y tener revelaciones: ver el alma como un castillo de diamante. Conforme se avanza en la vida espiritual este castillo puede llenarse con la luz de Dios, que es en los niveles superiores.
Cuando la santa tuvo estas visiones estaba asustada de que quizás fueran un engaño del maligno. Tuvo que estar en busca de la verdad para tener seguridad en su vida y en sí misma. Bajo un sistema de pensamiento que se cobija en la fe católica, podemos ver que aquello que se produce en el ámbito intelectual para la humanidad tiene una cierta relación. En este caso propongo la seguridad, es decir el deseo de saber la verdad, de tener un fundamento para la vida. Descartes propuso olvidar todo aquello que hasta ahora sabemos que no tenga un fundamento totalmente seguro. Aquello que viene de los sentidos no es seguro, puesto que a veces nuestros sentidos nos engañan. Una vez a solas, llegó a la conclusión de que al dudar obtiene la condición de existente, puesto que alguien (que es él mismo) esta dudando. A partir de esto propuso el método como forma de obtener conocimiento. Pero este ejercicio era de él y para él. Santa Teresa en algún momento tuvo dudas de lo que veía pero tuvo que seguir adelante en el camino de la fe. Otros filósofos también han cuestionado la verdad del mundo, pero una filosofía sin verdad no produce frutos tan sustanciosos como los que se producen dentro del pensamiento que tiene miras a descubrir la verdad o que la tiene como fundamento.
Al tener estás experiencias, santa Teresa nos permite una concepción del hombre más profunda; si somos palacios llenos de habitaciones estamos desde ahí emparentados con una sustancia eterna, puesto que lo que hay en nuestro interior está repleto de habitaciones para ser descubiertas. Lo que nos permitirá la iluminación de nosotros mismos es la luz de Dios. Aunque se nos de el mote de locos, aburridos, trasnochados, el buscar está luz nos permitirá descubrirnos y tener un fundamento en nuestro paso por la vida, tal como a santa Teresa y otros santos de les permitió la iluminación que han compartido con el mundo y con los hombres que aman el conocimiento, a Dios, a sí mismos y a su prójimo.